sábado, 9 de mayo de 2009

Café París



Cargada de frío nocturno, pero encendida de recuerdos e impotencia, estoy aquí, como entonces, frente a esta sustancia amorfa y transparente que a pesar de su fragilidad impone el límite. Aquí. En el mismo lugar, experimentando un extraño pasaje de afuera-adentro y viceversa, espectadora-protagonista y viceversa.
Afuera… el silencio, la no existencia. Sólo mi cuerpo expectante frente al ventanal del viejo local. Me descubro con tu paso arrancado de mí como escamas desprendidas con rabia. En carne viva queda el espacio que ganaste. En mis huecos tus caricias como en juego de escondidas improvisado. Mis venas, aturdidas por el torrente púrpura que apabulla, que empuja hasta transmutarme también en sustancia amorfa, pero roja. Igual de transparente, dejando ver la tensión de puños cerrados, carceleros de furia contenida; repletos de palabras no dichas ni escuchadas, chorreando besos y caricias sin destino; desbordados por esperas inútilmente inventadas, exaltados por locuras nunca más compartidas. Manos cerradas con bronca arrasadas por engaños; mostrando cicatrices de abandono. Crispadas de odio contra mi misma por no saber decir ¡Basta!
Como plomo a punto de estallar por tanta carga, arremeten contra el gigante amorfo. Lo destruyen y con él el límite, para buscar adentro, donde el no-silencio existe, donde la vida puso en mí el sello de protagonista, para siempre.
Adentro, el murmullo y las risas corriendo y perdiéndose entre el humo de los cigarrillos. Bruma densa que asfixia, que embriaga, envolviendo en una sucesión de claro-oscuro una altiva Torre Eiffel en vista casi aérea de cielo diáfano y con ella, el Sena. Sobre esta imagen, como en foto velada, las siluetas de personas que se mueven despaciosamente entre las mesas del Café París. Llamas de velas pequeñas ejecutan su danza ritual que agrega un clima intimista a la escena. A duras penas iluminan el dibujo que realiza el artista de renombre y descubren prendidos de las paredes, los versos que dice un poeta maduro. El aplauso entusiasta de señoras solas se suma al sonido de fondo. Las paralelas trazadas por las miradas entre chicas y muchachos buscándose, tienden una trama que sostiene conversaciones animadas. Mas allá, en la escalera, como descendiendo del cielo, teatreros jóvenes muestran su histrionismo. En la barra, un grupo de adulones celebra los chistes sin gracia del político incipiente. La exquisita voz de una cantante inunda el lugar con los versos del tango “Los mareados”… “hoy vas a entrar en mi pasado…” mientras en aquel rincón, una pareja de amantes celebra un pacto, ensayando el beso eterno.
Me encuentro. Protagonista estremecida en ese beso. Mirada viajando a tu infinito y vuelta esencia de deseo compartido. Manos dejando su pesada carga para aprehender tu cuerpo. Dejo que esta sustancia roja en la que me he mudado se derrita en caricias y besos para fundirte, hasta fundirnos, hasta quemarnos, hasta desaparecer y con nosotros el pacto, las huellas de tu paso, los recuerdos, la furia, el no querer vivir por temor a sufrir de nuevo.
Rotos los límites; sin cargas; sin tensiones; nuevamente afuera, espectadora reinventada.

Marta García Névez
20 de junio de 2007
Imagen: Gustav Klimt “El Beso”

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