miércoles, 22 de abril de 2009

Descubriendo...

Descubriendo otra Paraná…

Esa sería la síntesis de mi salida de esa noche del veinte de marzo. Diría que anduve descubriendo otra Paraná. Fuimos con una amiga a comer una pizza a la zona de las calles Laurencena y Guemes haciendo tiempo antes de sumergirnos en el pub Kaiser para ver y escuchar a Skorpio, la banda de rock de mi amigo Lito. De regreso, 3:30 de la madrugada, pedimos al remisero que nos llevara a recorrer toda la zona del puerto. Empecé a observar los cambios que ha tenido la zona. Por empezar me falta el Taller de Arte La Farola con Ramón Ifran, Marcela Pujol, aquella Marta Garcìa que fui y los muchos sueños que teníamos. Me falta el conventillo que estaba detrás de La Farola con el señor de camisetilla, pantaloncito corto, medias con mocasines, su radio a todo volumen y su perro. Siempre estaba sentado en una silla de totora bajita en la puerta del conventillo... Ya no se escucha el taconear de Vicky el travesti paseando su escultural figura por la parte baja de Guemes ni el paso furtivo de amores fugados bajo las sábanas de aquel "hotel" bien de puerto. Extraño a Churi Chemin y su esquina mágica con artesanías trabajadas de una manera exquisita. Y el ir y venir de Gloria Montoya por su Taller del Río mientras mi memoria deja escapar de algún frasquito ese olor a acrílicos, ese amor que tenìa por el arte y que bien lo transmitía. Tampoco aparecen por aquel pasillo de Liniers Carlitos Asiaìn y sus delirios artísticos. Se me fugó la bohemia del puerto. Quizás tomada de la mano con el silencio y la casi penumbra decidieron suicidarse en el río. La luz de las farolas ya no sacan lustre a los adoquines. Estos se ven opacados por las luces de los comedores y boliches y por el brillo de las botellas de cerveza que ruedan por la calle agregando sonidos agudos al paisaje. El silencio fue reemplazado por un murmullo constante. En él se amalgaman, dependiendo del horario, voces de niños con sus familias, gritos y cantos de jòvenes, música de la más variada pero iguales en lo elevado del volumen, ruidos de motores: autos, motos... Como racimos se forman grupos de jòvenes, unos más numerosos, otros no tanto; unos con más poder adquisitivo, otro con menos. Las opciones están. Desde un comedor hasta un simple choripan que están asando unas señoras en lo que fue "La plaza de los poetas". Todo el puerto invadido por jòvenes. Todo el puerto impregnado de vida presente y quizás sueños por vivir.Dos épocas. Dos realidades diferentes. Los de antes, quisimos apropiarnos del lugar, intentamos agregarle colores, aromas, sonidos, palabras, para que el lugar hable por nosotros. Lo conseguimos a medias. Lo espiritual tiene sus limitaciones en una sociedad capitalista.Los de ahora: Están por un lado los que quisieron apropiarse del lugar, le anexaron valor agregado en infraestructura para obtener mejores réditos económicos. Lo lograron. Y por el otro, los jóvenes, quisieron apropiarse del espacio para compartirlo con sus pares y quizás por la impetuosidad que caracteriza a la juventud, lo lograron.
Sólo encontré algo de ese espíritu bohemio prendido en las paredes rústicas de aquel anteriormente sótano de La Farola y parte del "hotel" de puerto -ahora Kaiser-; en aquel puñado de músicos que unidos bajo el nombre Skorpio se resisten al avance de otras "músicas" y en parte del público entre los que me incluyo.

Marta García Nevez
22 de marzo de 2009
Imagen: Foto de Ewin Wisherd

1 comentario:

Anónimo dijo...

MARTA: tu crónica me llega y emociona por contemporáneo de esas época, pero quizá más por las vivencias que ellas devuelven a mi memoria, amis sentidos, a mis "pulsiones".
"Otros tiempos, otros diluvios" diría Cesare Pavesse.
Un abrazo enorme
Rod